MI TOUR AL MERCADO CENTRAL, EL GUACAL DE ZIN Y EL MONTÓN DE COMPRADOS.


Ahora fui al centro a hacer mis “comprados”. Como algunos de ustedes ya saben, acostumbro hacer mis compras en el mercado Sagrado Corazón, los domingos en compañía de mi hermana; pero vaya, nos ganó la hueva y no fuimos, así que como ya sólo tenía dos cebollas en la refri, me aventuré a ir yo solita, con la idea de traer sólo lo necesario para cubrir los tres tiempos hasta el fin de semana.

Entonces, me apié allí por el ex Simán, que hoy le mientan: “Plaza Centro”, bajé hasta donde era… o es, no sé, la “Galería Central”, en ese punto empieza el recorrido que hacemos los domingos con la sister, tenemos un sistema bien estructurado que no admite improvisaciones y va de la siguiente manera: Tortillas, embutidos, productos importados (sí, en el mercado central tenemos proveedor de comida importada y no somos creídas), pollo, carnes, verdurita cortada para la sopa, olor, parada obligatoria para tomarnos una horchata, abarrotería, comida para los perros, fruta, verduras y pan de oriente.

Una vez me adentré a las entrañas del mercado, empecé con el mismo itinerario; recuerden que la idea era traer a la casa sólo lo necesario para que alcanzara hasta el domingo, pero ya en el puesto me aloqué y empecé a comprar lo de siempre y aquella bolsa cada vez pesaba más. Con mi hermana nos repartimos el peso, pero sola, yo sabía que me iba a cantar putas, pero hice caso omiso de mi lado racional y seguí comprando poroto y medio.

Cuando llegué donde la señora de la carne, me dijo: “aquí le tengo su navidá”, era un gran guacal de “zin”, y yo dije: “Hoy sí ya valí verga, porque esa carajada me va a hacer estorbo”, pero ni modo que le dijera a la señora que no lo quería, además estaba bien bonito para meter a ablandarles la tierra a los calcetines va jejeje. Muy agradecida, agarré el guacal y me encomendé a Dios, porque iba a ser un desvergue cargar ese volado hasta la casa.

En la zona de abarrotería, calculé que con ese último tatane iban a flaquearme las fuerzas, entonces me dije: “Vaya Vero, vos cuando ibas donde la abuela te podías un guacal lleno de maíz cocido hasta el molino, y de regreso con masa y hasta te ibas comiendo los granitos en el camino, caminabas ocho cuadras en aquellas calles empedradas, en yinas y sin yagual, no te ahuevés”.

Dicho y hecho, empecé a meter todo en el tal guacal y le dije al maitro de la tienda: “Don, ayúdeme a alzármelo” jajaja, me sentí bien autóctona. :P Así, emprendí mi camino a comprar las frutas y las verduras, no niego que aquello pesaba un cachimbo, pero con un poco de fuerza de voluntad, era muy probable que alcanzara a llegar hasta la parada.

Terminé mis compras sin apiarme el guacal de la cabeza, me sorprendió tener todavía el equilibrio para poder soltarlo y agarrar con las dos manos las otras bolsas restantes. Habiendo terminado con las compras, salí del mercado. En algún momento pensé: “soy tan torcida que me voy a encontrar a alguno de los libidinosos del feisbuc y yo toda mechuda aquí con cero glamour”… Luego lo pensé mejor: “Ah chis ve, con suerte me encuentro alguno y le encaramo estos comprados” jajaja.

En la subida parí enanos, porque se me iba hundiendo la mollera, me flaqueaban las fuerzas, sobretodo porque el bus estaba pasando dos cuadras arriba por las ventas de navidad que bloqueaban la calle; lo único que pensaba era: “Puta!, falta un vergo… ¡A qué horas se va a terminar este calvario, Señor dame juerzas!” L ; pero llegué, con la cabeza toda entumida, pero lo logré, me trepé al bus y regresé a mi casa con la dignidad intacta jejeje.
Con esta experiencia aprendí algunas cosas: 1) Que soy una mujer cachimbona, digna hija de Atlacatl, hembra pipil 503 recargada, 2) Que como dice mi abuela: “hija con vos ajusta para hacer cuatro mujeres vergonas y todavía sobra” y 3) Que no debo ir al mercado sin mi hermana jajajaja. 

*Este post está dedicado a Ob Sandoval, creador de Ob´s World, que dice que mis proesas de hembra Lenca enamoran xD Emoticón kiss

POR EL PRIVILEGIO DE SER MUJER.


Cada vez que una mujer toma el coraje suficiente para expresar sus opiniones con cierta libertad, tiene que estar preparada emocionalmente para lo que viene, incluso si se expresa con propiedad y hace buen uso de las palabras. Por lo general, la reacción natural de quienes la escuchan o la leen es de censura inmediata; esta reprobación automática ha existido desde siempre, es una suerte de reflejo condicionado, una necesidad de condenar, minimizar y desacreditar las opiniones que vengan de una mente femenina; y por salud mental, una debe hacer de tripas corazón para enfrentar y tolerar lo que venga, porque es el precio que hay que pagar por el “privilegio” de ser mujer.

Muchas mujeres tienen pensamientos muy abiertos y acertados, cargados de sentido común, opiniones inteligentes, con gran valor crítico; pero no alzan la voz, viven bajo el temor constante de  decir lo que piensan, por miedo a ser censuradas, ultrajadas verbalmente, desacreditadas y transgredidas, porque siempre hay quienes laceran su dignidad con comentarios hirientes, ofensivos y cargados de prejuicios. A lo largo de la historia, toda mujer que ha desafiado los esquemas, ha sido víctima de todo tipo de vejámenes que van desde la proscripción social hasta el feminicidio. Para las mujeres, decir lo que pensamos ha sido siempre una lucha constante por negociar un derecho que no se considera inherente a nuestra condición.

Es lamentable que en pleno sigo 21, todavía existan paradigmas de género tan arraigados que impidan ver a la mujer como persona y se la limite a correr la suerte de un mero accesorio decorativo, un objeto de diversión y un elemento para someter y controlar. Ésta forma de desacreditación y minimización de lo femenino es asimilada incluso inconscientemente por aquellos que dicen no estar impregnados de este tipo de convencionalismos.

Existe hoy en día una especie de “machismo benevolente” o “neomachismo”, que se caracteriza por “permitir” a la mujer el ejercicio de ciertas libertades, pero no sin coartar otras, bajo el argumento de que hay conductas que “no son propias de una mujer”. Estas restricciones pretenden regular el lenguaje que utilizamos, la forma en la que vestimos, el número de parejas con las que debimos relacionarnos para ser consideradas “decentes”; el tono de voz e incluso el volumen de nuestra risa puede ser motivo de censura y desvaloración. Somos constantemente monitoreadas para encajar en ese perfil de “mujer buena” que todos esperan que seamos; pero nunca nos preguntan si estamos conformes con esos mandamientos o si eso es lo que deseamos, porque se espera de nosotras una asimilación a las reglas y sumisión completa a los estándares que se nos han impuesto.  

Ante ésta afirmación, nunca falta quien dice que existen mujeres que se aprovechan de su condición para exigir un trato especial y la concesión de ciertos privilegios. Éste no es un argumento poco común, incluso hay campañas publicitarias que están orientadas a viralizar estas concepciones erradas sobre la feminidad, mismas que contribuyen a minar el subconsciente del consumidor con una serie de estereotipos para que el inconsciente colectivo dé por cierto aquello que no es más que una falsa y vana reproducción de la imagen de la mujer.

Una de las formas menos visibles de vulneración de la imagen de la mujer es la “cosificación”, que  consiste en una serie de conductas socialmente aceptables que le permiten al hombre ver a la mujer como un objeto de consumo, que en términos llanos quiere decir que se interpreta que la mujer es algo que puede ser susceptible de comprar. Como contrapunto a éste fenómeno, están los que siempre preguntan: ¿Y qué sucede cuando una mujer se cosificas a sí misma, cuando está a la espera de que llegue ese príncipe azul en corcel blanco a resolverle la vida, cuando está acostumbrada a pedir sin hacer, a aprovecharse y tomar ventaja su condición de mujer para demandar, cuando se pone un precio y se convierte a sí misma en una mercancía?; pero, ¿Por qué nadie se hace esos cuestionamientos, cuando siendo unas niñas nos alimentan el subconsciente con cuentos de princesas desvalidas e inútiles cuyo único propósito en la vida es el de esperar a que llegue un hombre adinerado a salvarnos para que podamos ser felices por siempre?.

Se nos impregna con la idea de que debemos ser dependientes porque estando solas nunca nos sentiremos completas ni seremos capaces de lograr nada en la vida, en lugar de trabajar sobre nuestra autoestima y enseñarnos a gestionar nuestras emociones para conquistar metas por nosotras mismas. Se nos condiciona incluso para ver el maltrato y el posterior perdón como una muestra de amor y compromiso y así aprendemos a confundir el amor con sufrimiento y violencia psicológica, con sumisión, y como consecuencia, nos quedamos y aguantamos, porque hemos entendido que eso es el amor. Nadie nos dice que está bien enamorarse, pero sin esa necesidad de dependencia, sin dejar que el otro nos gobierne o decida por nosotras.

De una mujer se espera que siempre quiera casarse, y que todas las decisiones que tome en la vida sean en procura de encontrar esa pareja perfecta para complementarse, porque se nos ha dicho que somos seres incompletos, en lugar de enseñarnos que para ser plenas no nos hace falta otro y  que no somos complemento de nadie, ni la mitad de un todo.

En las sociedades patriarcales a hombres y mujeres se nos deja ver desde muy temprano, que no encontrar pareja es sinónimo de fracaso personal, cuando hacer vida al lado de otra persona debería ser algo opcional y no un requisito forzoso. El matrimonio tendría que ser ilustrado como sinónimo de respeto, libertad, igualdad, confianza y compañerismo, no como un elemento que determine nuestro éxito o fracaso; y no se trata de suprimir el amor, se trata de no mitificarlo elevándolo a la categoría de Santo Grial.

Como mujeres, se nos exigen cuotas importantes de renuncia en términos de tiempo, para prestarle atención a la pareja, tenemos que dejar de ser tan dedicadas en nuestro trabajo para poder cumplir con las labores del hogar, entonces nos cuestionamos si el amor es un riesgo, se activan nuestros mecanismos de defensa y llegamos a temer comprometernos emocionalmente para no perder esa independencia que tanto trabajo nos ha costado. De un hombre se espera que llegue tarde del trabajo y no se le reprocha, pero cuando una mujer llega tarde, seguramente encontrará un marido molesto y hambriento, porque desde la mentalidad moldeada a punta de tradicionalismos, no se logra entender que amor no es sumisión y que la vida en pareja debe estar determinada por una igualdad de condiciones en donde ambos tengan responsabilidades compartidas en el hogar, desde lo económico hasta las tareas domésticas.

Nos modernizamos, nos preparamos académicamente, adquirimos pensamiento crítico, pero en el amor seguimos siendo idealistas, seguimos queriendo amar y que nos amen bajo principios idílicos mitificados y en ese orden de ideas, no buscamos compañeros para formar una pareja, buscamos a alguien que nos salve, para regresar a vivir en dependencia emocional. 

Se nos dice que debemos ser exitosas, pero cuando alcanzamos nuestras metas, se cuestiona la forma en que llegamos a alcanzarlas y se infiere que tuvimos que tomar algún atajo o valernos de nuestra sexualidad para conseguirlo, muy rara vez se nos da el crédito por nuestros triunfos personales ya sea en lo académico o en lo laboral, porque se tiene la concepción de que la mujer no es capaz de alcanzar el éxito sin la ayuda de un hombre que la impulse.

Los medios de comunicación, las revistas, los comerciales, la industria del cine, están constantemente bombardeándonos con publicidad que nos orienta a cumplir con ciertos estándares de belleza y ser atractivas para gustar. Nos fuerzan a ser delgadas, a maquillarnos y vestirnos sexys; y Dios nos libre de tener sobrepeso o un poco de celulitis porque entonces somos tachadas de descuidadas y feas; pero por otro lado, si somos atractivas, se nos dice que estamos tratando de llamar la atención y de tomar ventaja de nuestra sexualidad, exhibiéndonos y degradándonos, “faltándonos al respeto”, aunque en un principio se nos dijera que debíamos empeñarnos en ser bonitas.

Se nos dice que debemos “darnos a respetar” y actuar con propiedad y decoro, porque eso es lo que se espera de nosotras. Se nos enseña a tomar precauciones para no ser violadas, en lugar de enseñar a los hombres a no violar, a respetarnos y a guardar la distancia, sin importar el tamaño de nuestra ropa, el lugar dónde nos encontremos o el grado de alcohol que hayamos ingerido. En consecuencia, nos trasladan a nosotras toda la responsabilidad de salvaguardar nuestra integridad física y psíquica.

Cuando somos víctimas de alguna agresión de naturaleza sexual, se nos revictimiza cuestionándonos sobre los comportamientos que pudimos haber o no exhibido que pudieran en alguna medida “incitar” al agresor, como si éste último fuera la víctima dentro de esta ecuación, automáticamente nos convierten en las culpables porque la lógica machista prescribe que la mujer provoca y el hombre cede ante la provocación, como si éste fuera un autómata sin voluntad, guiado por sus instintos,  incapaz de controlarse a sí mismo. ¿Y es que un hombre no sabe distinguir entre un acto consensual y una agresión?, por supuesto que sí, pero decide ignorar su lado racional y agredir de todos modos.

Todas estas preconcepciones emulan al relato de la caja de Pandora, donde la malignidad proviene siempre de la figura femenina como una justificación para todos los males del mundo. En lugar de seguir estigmatizándonos y culpándonos por las conductas represivas de los hombres, reforcemos la idea de que los hombres deben respetarnos porque somos personas, por radical que esto les parezca, exigiendo seguridad en los espacios públicos, acabando con la dictadura de la belleza, dejando de censurarnos por expresarnos, erradicando así todas las manifestaciones de violencia de género, pues en palabras de Maya Angelou: “Cada vez que una mujer se levanta para sí misma, sin saberlo posiblemente, sin clamarlo, se levanta por todas las mujeres”. 

NO, EL AMOR NO MUEVE MONTAÑAS.-


Los seres humanos estamos enfermos de amor, esa frase me remite de inmediato a aquella canción de John Lennon: “All you need is love” (Todo lo que necesitas es amor), hasta allí, todo bien. La dificultad se presenta cuando todo el amor que tenemos se vuelca hacia otra persona y nos olvidamos de amarnos a nosotros mismos, y eso es apego, no amor, el amor es otra cosa.

Es culturalmente aceptable la idea de que el amor todo lo puede, que el amor mueve montañas, que el amor es incondicional y eterno; tenemos tatuado en nuestro subconsciente una noción equivocada del amor, porque el amor es cosa de dos y a veces uno se queda queriendo solo y en ese camino pierde la dignidad. Una de las evidencias más tangibles de esta afirmación, se manifiesta con esa aplicación tecnológica del diablo llamada WhatsApp, esa burbujita verde es el detonante de las muestras más aberrantes de falta de amor propio.

Veamos un ejemplo: Cuando la persona a la que estás emocionalmente vinculada está online en WhatsApp o Messenger, pero no está hablando contigo, inmediatamente sentís una punzada de enojo porque deducís que está hablando con alguien más, te embarga una sensación de pérdida de control, porque no sabés con quién habla, ni de qué, afloran tus inseguridades, experimentás un miedo irracional a perder esa vínculo afectivo que te une a la otra persona y que erróneamente llamás amor.

Lo que olvidamos y anulamos completamente es la capacidad de entender que esas emociones no son ocasionadas por la otra persona, son nuestras emociones, el otro no tiene nada que ver con cómo nos sentimos, a lo mejor está hablando sobre algo del trabajo, o está saludando a un amigo o simplemente abrió WhatsApp o Messenger para verificar si tenía mensajes o para mandarte uno, pero se distrajo, o sí habla con alguien en quien está interesado. La realidad es que no hay manera de saberlo. El problema es que queremos tener control sobre todo lo que la otra persona está haciendo, lo que piensa, lo que siente, con quien se comunica; pero las relaciones humanas no funcionan de ese modo, porque somos entes individuales y no podemos fusionarnos mentalmente con el otro.

Entonces, si el otro no es responsable de esas emociones ¿Por qué las manifestamos?. Existen tres factores que determinan esa sensación de malestar que nos invade: 
  1. Vinculás el amor con la sensación de felicidad: Se tiene la concepción de que al tener a una persona a nuestro lado, estamos comprando felicidad instantánea, esto es porque sentimos apego y no concebimos la idea de la separación, porque estamos convencidos de que no podemos ser felices estando solos. 
  2. Vinculás el amor con la sensación de seguridad: Tenemos asumido que al estar en pareja, todo lo demás va a estar bien, de allí la frase aquella de: “el amor todo lo puede”, cuando la realidad es que la vida sigue siendo lo misma, es sólo nuestro estatus sentimental el que ha cambiado. 
  3. Vinculás el amor con el propósito que tenés en la vida: Te enamoras bajo la fantasía de que has encontrado a la persona que te estaba destinada, tu pareja perfecta, tu otra mitad; y en esa ilusión se pierde el deseo de satisfacer las necesidades propias por satisfacer las necesidades del otro. Entonces, al ver peligrar esa “unión divina”, nos embarga una sensación de tristeza y ansiedad por la potencial pérdida y perdemos el autocontrol.
Existe en términos más o menos holísticos, algo llamado: “La Triada del Amor”, que vendría a ser una representación de los ingredientes que debe poseer una relación sentimental para que sea plena. La triada del amor, se compone de tres elementos: El eros, la filia y el ágape. 
  1. El Eros: es el deseo sexual que se siente por la pareja, esa sensación de bienestar que nos produce la relación coital con el ser amado.
  2. La Filia: Es la camaradería, el compañerismo, la complicidad, la compatibilidad dentro de la pareja. 
  3. El Ágape: Es procurar el bienestar del otro, ese deseo de que el otro esté bien, porque en la medida en que el otro sufre, nosotros también sufrimos. 
Si en una relación de pareja, falta alguno de esos elementos, entonces el amor está incompleto, porque la ausencia de uno de esos sentimientos, nos produce sufrimiento y el sufrimiento es incompatible con el amor.


Entonces ¿Qué es el apego?, básicamente es la incapacidad de renunciar a una relación que sabemos que nos hace daño, por temor a no poder soportar estar solos, sentimos que sin el otro no somos nada; en consecuencia, persistimos en la conducta y nos convertimos en adictos al sufrimiento emocional. 

Esta sensación de impotencia está directamente vinculada con la autoestima del apegado. Una persona que está bien consigo misma, no tiene la necesidad de sentirse vinculada emocionalmente a nadie, no experimenta celos, porque es plenamente consciente de que puede perfectamente vivir con plenitud sin tener a alguien a su lado, por consiguiente, es capaz de amar por completo sin renunciar a amarse a sí misma, el otro no es su centro, ni su equilibrio, ni su todo, es sólo el receptor de su afecto. El que ama con equilibrio, no sufre.

¿Cómo identificamos si estamos en una relación con apego?, así: 
  1. Cuando no te quieren como a ti te gustaría que te quisieran: Si estás en una relación en donde no te están dando el afecto y la atención que necesitás para sentirte amad@, entonces estás mendigando cariño y esto pasa porque el común de la gente tiene la idea de que "los opuestos se atraen", cuando la realidad nos dice que para formar parejas, deben haber compatibilidades y no disparidades. 
  2. Cuando tenés que negociar tu autorrealización: Si estás en una relación en donde siempre tenés que estar limitando tu potencial para no incomodar al otro, no podés alcanzar tus metas, porque tu desarrollo ocasiona disgusto o resentimiento en tu pareja y eso te limita y te hace infeliz. 
  3. Cuando tenés que negociar tus principios: Si en tu relación, tenés que renunciar y dejar atrás todo aquello que te define: tus gustos, tus aficiones, tus creencias, etc., entonces estás anulándote como persona, no podés ser vos en plenitud, porque tu pareja no concibe la idea de que puedas encontrar felicidad en otros aspectos de la vida que no le involucren.
Las personas apegadas, generalmente no tiene el control de la relación, aunque crean que es así y que con sus obsesiones están reafirmando el amor que sienten por el otro y manteniendo firme la relación. Esa es solo una ilusión, en realidad  tangible, el que tiene el poder en una relación es el que menos necesita al otro, el que puede sobrevivir sin el otro, porque no siente que le falta nada para estar completo.

Renunciar a un deseo cuando debe hacerse porque es dañino para nuestro bienestar, es una cuestión de supervivencia, no es ser cobarde, ni inconstante, es amor propio, es tener una autoestima saludable y poseer autocontrol. Persistir en la conducta del apego, sabiendo que nos hace daño es una señal de debilidad emocional. 

EL POLLO


Me sorprendí esta tarde recordando a un mi pretendiente con el que nunca llegué a nada, no por falta de ganas, ni porque no me gustara; la verdad, todavía no sé qué pasó. Le decían El Pollo y se parecía a Jim Morrison, era casi idéntico, llegaba a mi apartamento con unos amigos de la Universidad, para la época en la que habíamos formado un grupo literario que se llamaba: “Milpazos”; él también estudiaba en la UCA, no recuerdo qué carrera, pero tenía que haber sido Filosofía o Psicología, porque era muy callado.

El Pollo no hablaba mucho, era de esos silenciosos con aspecto de hippie, que se sientan en un rincón y te observan con minuciosa atención, cuando hablaba lo hacía pausado y con un tono de voz profunda y melancólica, casi como un susurro aterciopelado.

A pesar de su constante mutismo, El Pollo sí hablaba conmigo, la primera vez que platicamos, se quedó después de que todos mis amigos se fueron a sus casas, hablamos hasta la medianoche, cuando nos dimos cuenta de la hora que era por la cantidad de colillas de cigarro ahogadas en una taza de café; desde ese día, hablábamos por teléfono casi a diario, por horas y horas, sobre cosas de las que casi nadie habla. Sabía de música, le gustaba la trova, el rock alternativo, la literatura, la poesía, tocaba la guitarra y creo que también cantaba, era por así decirlo: mi hombre perfecto, esa criatura de leyendas que yo me decía que sólo existía en los cuentos que me inventaba o en una realidad alternativa donde seguramente habitaba ese ser mitológico que yo quería para mí.

El tema con El Pollo es que nunca se decidía, se contentaba con verme de lejos en la U y con hablar conmigo todas las noches o llegar a mi casa a visitarme para llevarme libros y hablar de poesía. Yo sabía que le gustaba, porque se lo pregunté y creo que una vez lo besé, no lo recuerdo bien; nunca me ha gustado andarme por la ramas, pero presiento que si yo no hubiera sacado el tema, seguramente me habría quedado con la duda, porque El Pollo era de ese tipo de hombres que llevan las cosas lento, con un ritmo casi de astronauta caminando por la luna.

El Pollo y yo, un día simplemente dejamos de hablar, eran los 90´s y yo por esa época vivía más en estados alterados de conciencia que en la vida real y creo que finalmente se dio cuenta que su velocidad era la de un caracol y la mía la de un huracán de categoría 5.

En realidad no noté en qué momento dejamos de contactarnos, creo que perdí el interés y simplemente me cansé de esperar a que diera el primer paso. A decir verdad, ni siquiera recuerdo su nombre, seguramente el Tata o Alex supieran como se llamaba, y no es que no me interesara, como repito, es sólo que los 90´s son brumosos en mi memoria, fue una época de experimentos psicodélicos, amor y paz, licor, cigarros, poesía y café.


Cada cierto tiempo me acuerdo del Pollo, quisiera saber qué fue de él e invitarle un café, pienso que seguramente ahora es un señor importante o algo así, era muy inteligente y la gente así siempre tiene destinos similares, a lo mejor vive en el extranjero, no lo sé, pero fue una de esas cosas que no se dieron y que de haberse dado habrían sido simplemente geniales. ¡Puta! ¿Dónde estará El Pollo?. Si alguien sabe dónde está El Pollo dígale que le quiero invitar un café... como cheros va jajaja… En serio. 

FIESTAS PATRONALES Y ENCUENTROS CASUALES (Una historia de terror a la salvadoreña).


Esta es una historia real, le sucedió a un amigo y compañero de Universidad a quien llamaremos Carlos, por razones de confidencialidad. Carlos es originario de Lolotique, municipio de San Miguel y como todo buen Lolotiquense, le encanta ir de vacaciones a su pueblo, sobre todo en época de fiestas patronales.

Corría el mes de febrero y en Lolotique se respiraba ese típico olor a fiesta: risas, alegría, algodones de azúcar, dulces artesanales y conocidos que te saludan por la calle como viejos amigos. Cuando sos de pueblo, las fiestas patronales son un acontecimiento importante, se trata de salir con los amigos, vestir tus mejores “mudadas”, trasnochar y divertirte.

Para Carlos, estas fiestas eran especiales, porque había una cipota en el pueblo a la que llevaba varios meses taloniando. Cada fin de semana, cuando llegaba del receso de la U, se aseguraba de llevarle algún chocolate o un regalo especial de acuerdo a su presupuesto de estudiante, para mantenerla siempre a la expectativa. Ese día, habían quedado de bailar toda la noche en la fiesta y Carlos pensó que esa iba a ser la oportunidad perfecta para caerle con patada al pecho.

Carlos se bañó con esmero de cirujano, rasuró los dos pelos que tenía en el mentón, se puso su mejor jeans, una camisa formal y unos tenis que le habían costado treinta dólares más una hambriada de dos semanas, porque se gastó lo de los almuerzos para poder darse el lujo. Así, todo catrín, bañado y perfumado, salió de su casa rumbo a la fiesta para encontrarse con la cipota que le robaba el sueño.

Cuando finalmente llegó al parque, ya la orquesta había empezado a tocar la primera tanda, estaba muy concurrido, entonces empezó a abrirse paso entre la gente que bailaba y los mirones, en busca de su bicha. Después de dar tres vueltas sin encontrar a la cipota, supuso que aún no había llegado a la fiesta, por lo que se acercó a unos amigos para tomarse un par de cervezas y hacer tiempo mientras esperaba.

Llegadas las diez de la noche y después de hacer una inspección escrupulosa entre la concurrencia, Carlos llegó a la conclusión de que lo habían dejado bajado. Decepcionado y ardido, se dispuso a emborracharse hasta la inconciencia para aplacar la pena, sabía que con la presencia de los amigos, esa no iba a ser una labor difícil; y así fue, tomó cerveza tras cerveza hasta ponerse bolo, pero no lo suficiente como para no notar a la voluptuosa morena que estaba sentada sola a dos mesas de la suya. Cruzaron un par de miradas, hasta que Carlos se armó de valor y caminó hasta la mesa de la morena misteriosa.

La saludó con educación y le preguntó si podía sentarse, ella accedió de buen modo. Carmen se llamaba, llevaba puesto un vestido rojo ceñido al cuerpo y zapatos negros de tacón alto, era de plática fácil y buen ánimo. Conversaron por largo rato y pronto la plática derivó en asuntos más mundanos. El Carlos que no era ningún lento, respondió a las insinuaciones sin ninguna pena y más rápido que pronto le sugirió que dejaran la fiesta para ir a un lugar más tranquilo a “platicar”.

Se escabulleron con discreción hasta dejar atrás el parque y la multitud, Carlos ya se sentía bastante bolo y le preocupaba que llegado el momento no pudiera cumplir con la tarea de satisfacer a la dama misteriosa, pero le hizo huevos y siguió caminando. Para su sorpresa, ella tomó la iniciativa y lo llevaba de la mano, guiándolo entre las calles empedradas y conduciéndolo por esquinas lóbregas y desoladas.

Finalmente ella se detuvo en un rincón oscuro que Carlos no pudo reconocer, y sin mediar palabra, de un empujón lo aventó de espaldas al piso y acto seguido se dispuso a bajarle el pantalón. Mientras ella hacía de lo suyo el tal Carlos pensaba en que no le había dolido el talegazo de la caída, creyó que a lo mejor estaban en un engramado; pero eso dejó de preocuparle segundos después, cuando se vio distraído por las nalgas de aquella mujer, que según él recuerda, eran monumentales.

El encuentro duró un tiempo que Carlos nunca ha sabido determinar, lo que sí recuerda es haberse quedado dormido en aquel presunto colchón natural hasta que los primeros rayos del sol y el canto de los gallos lo despertaron. Cuando abrió los ojos y recuperó la conciencia, sintió un olor nauseabundo; a como pudo, entre el dolor de cabeza y la resaca, se incorporó, sólo para corroborar con espanto, que había dormido toda la noche sobre un chucho muerto y en estado de descomposición. De inmediato se quitó la camisa, le sacudió los gusanos y corrió hasta su casa, para poder bañarse antes de que todos despertaran y le sintieran el patín a muerto.  

Al día siguiente, Carlos se regresó a la Universidad, pero se quedó pensando en la identidad de aquella morena que se lo había cogido encima del chucho muerto, sobre todo cuando empezó a sentir una extraña pero preocupante comezón a la altura del glande, no tardó en darse cuenta de que algo andaba mal con su pirulín, cuando confirmó que justo en la cabecita tenía unas raras manchitas rojas que pronto se convertirían en un infierno y le provocarían una comezón que no lo dejarían dormir por varios días.

Compungido y avergonzado, decidió mostrarle a su mamá aquel penoso hallazgo; pero su mamá que era una señora que conocía de esas “enfermedades de hombre”, no se alarmó y le hizo unas cataplasmas para que se las pusiera todas las noches en el pilín. Carlitos se quedó tranquilo, cipote tonto como era, pensó que eso sería todo, hasta aquella fatídica mañana, en la que se despertó para ir a orinar y al soltar el primer chorrito, sintió un ardor del mismo infierno y contempló con espanto que de su pene no salía un chorrito de pipí, salían cerca de quince chorritos de sangre dispersa que lo hacían parecer una regadera abierta. Lo demás ya es historia, cuentan que Carlos llamó entre gritos y llantos a su mamá para que llegara en su auxilio.

La enfermedad que padecía Carlos, es para nosotros un misterio, nunca quiere hablar al respecto, siempre que le preguntan evade el tema entre negativas y putiadas, todo lo que se sabe es gracias a los amigos hechos  mierda que lo pusieron en evidencia. Lo que sí es cierto es que tuvo que ponerse cuatro inyecciones de penicilina mensuales por un período de seis meses para poder deshacerse de aquella desgracia; y que jamás volvió a ponerse bolo para evitar caer en la tentación de escabullirse con otra morena misteriosa en medio de la noche. 

EL PALITO DE MORINGA DE MI PAPY


Estas son unas semillitas que estoy tomando a diario para equilibrar mi sistema inmunológico, son un hallazgo de mi papá que siempre está buscando remedios alternativos naturales para contrarrestar los síntomas de mi Lupus. “La Moringa o “Moringa oleífera”, es un árbol originario de norte de India. Crece en casi cualquier tipo de suelo, incluso en condiciones de sequía, por eso los científicos recomiendan a las poblaciones que lo cultiven para alimentarse; contiene un alto contenido de proteínas, vitaminas, minerales y una cantidad excepcional de antioxidantes que le confieren cualidades sobresalientes en la nutrición y salud humana”.

Tengo conocimiento de los beneficios de la Moringa, porque mi papy intentó inútilmente cultivarla en el jardín de nuestra casa, hará unos diez años. Digo que “intentó inútilmente”, porque mi Pá es un hombre sumamente culto, un manantial de conocimiento, con un montón de títulos, el hombre más inteligente y sabio que conozco, pero la agricultura no se le da jajajaja. 

Corría el año 2004 cuando mi padre llegó muy alegremente a la casa con una bolsa llena de semillitas picaronas y me dijo: “Mirá Vero, éstas son semillas de Moringa, son excelentes para la salud, si te comes dos diarias se te van a subir las defensas, las voy a sembrar, porque hasta los palitos y las hojas tienen propiedades beneficiosas para la salud. Dicho y hecho, agarró un huacal de zin que estaba en el patio, le echó unas paladas de tierra y sembró las semillas. (Zin, es la forma que la gente de oriente tiene para decir que algo es de metal de hojalata, no me pregunten por qué, porque no tengo ni peregrina idea).

Religiosamente, mi papy se levantaba por las mañana a regar la tal Moringa, hasta que un día germinó y empezó a dar hojitas, mi Pá bien contento no veía la hora de cosechar las semillitas milagrosas. Pasó el tiempo y aquella plantita empezó a crecer y a convertirse en un palito delgado lleno ramas con hojitas verdes; a medida iba aumentando de tamaño, mi papy le ponía cuñitas alrededor para que no se torciera y creciera derechito. Era tanto el amor que le profesaba a aquel palito, que llegué a pensar que lo quería más que a mí... en serio.

Llegó el mes de mayo y con él, las lluvias características de la época, entonces mi papy dijo: “Yo digo que ya es tiempo de pasar la Moringa al suelo”, dicho eso, le hizo su espacio en el patio, lo preparó con esmero en el mejor lugar, donde daba el sol; un rincón de tierra fértil para la Moringa. El traslado se tenía proyectado para un fin de semana en que él no iba a ir a trabajar, le dedicaría toda la mañana a aquella empresa. Se llegó el viernes que se anticipaba al fin de semana de la plantación y justo esa noche se desató una tormenta huracanada de esas que sólo se ven en mi pueblo, se cayeron postes del tendido eléctrico, volaron techos de lámina, hubo inundaciones; en fin, pasamos esa noche sacando el agua que se colaba por las paredes. 

A la mañana siguiente, lo primero que hizo mi papy fue salir a ver los destrozos del patio, unos segundos después escuchamos un grito desgarrador: “!!!POR LA GRAN PUTA!!!”... todos salimos corriendo a ver lo que había sucedido. Y es que mi papy no dice malas palabras, nunca pierde la compostura y al escucharlo maldecir, nos temimos algo grave. Nos apresuramos al patio para atestiguar la desgracia inminente y con el corazón en la boca le preguntamos: ¿Qué pasó?, a lo que mi papy respondió angustiado: “¡¡¡Se me jodió la Moringa!!!... mi hermana y yo no pudimos contener la risa jajajajajaja era una escena dantesca, aquel otrora arbolito floreciente, había sido reducido a chiriviscos quebrados que yacían inertes en el suelo lodoso, meses y meses de primorosos cuidados, allí, todos hechos mierda jajajaja, lo recuerdo y todavía me parto de risa. Les juro que no es crueldad, pero ver a mi papy putiar hasta a las paredes es una de las cosas más graciosas que he visto en mi vida.

Recogimos los restos del palito de Moringa y prometimos volver a plantarlo, pero luego nos mudamos y aquellos palos quedaron olvidados en algún rincón de la nueva casa. No volvimos a tocar el tema, hasta hace un par de meses cuando mi papá regresó del trabajo consternado diciendo: “Mirá, allá por la oficina estaban vendiendo diez semillas de Moringa en seis dólares, imaginate, ¡¡¡seis dólares!!!”, entonces volví a recordar la pasada y me dije a mi misma: mi misma, tenés que escribir sobre esto, para que quedara constancia. 

Unos días atrás mi papy regresó del pueblo con una bolsa de media libra, llena de las semillas de Moringa y me dijo: “Mirá, a dos dólares me las dieron, te tomás dos diarias y guardá unas para que las sembrés en el patio”. Así que allí estoy, pensando dónde putas sembrar las mentadas semillas para darle gusto a mi viejo, a ver si finalmente se nos hace tener en la casa un palito de Moringa, ojalá que me germine, a ver si no se me destorta también con alguna tormenta. 

DOBLEMORALISTAS SEXUALES.


A propósito del reciente caso sobre la publicación de un video íntimo; acción perpetrada por parte del señor José Mauricio Gómez Julián, alias Mauricio Béjar Jaddalah; en el cual se le observa de manera explícita sostenido relaciones sexuales con su entonces novia; he leído, no con asombro sino con repulsión, toda clase de insultos hacia la víctima, hombres y mujeres que se creen poseedores de una moral intachable y que profieren toda clase de juicios vejatorios en contra la verdadera afectada y vitorean la conducta del ahora procesado por una serie de delitos en contra de la imagen y la dignidad de su ex pareja.

Me asombra aún más el discurso de doble moral en el que el tema principal consiste culpar a la víctima, y es que cuando tu argumento se fundamenta en asegurar que él hizo mal, pero que ella también tiene la culpa por haberse dejado tomar el video, lo que en realidad estás haciendo es darle solvencia moral a éste sujeto por lo que hizo, lo estás justificando, lo que en realidad estás diciendo es: “ESTÁ BIEN que él haya publicado el video porque ÉL NO TIENE LA CULPA de que ella se haya dejado filmar”, ¿te das cuenta de los estúpido que eso suena?, te estás contradiciendo, estás culpando a la víctima y justificando las acciones del victimario, en consecuencia, estás convirtiendo en víctima al culpable. Podrías decir: “uno debe fijarse con quien se mete, elegir al hombre correcto”, ahora te pregunto yo: ¿Cuántas decepciones amorosas has tenido?, ¿cuántas veces has sido vos la que resulta engañada por alguien en quien confiaste porque en un primer momento te pareció buena persona?, ¿Cuántas de tus parejas no han sido al final lo que vos esperabas?, ¿Cuántas veces te ha lastimado una persona a la que amaste y le diste todo lo que estuvo en tu buen corazón darle?; seguramente al menos en una ocasión has confiado de más en alguien, y es que desafortunadamente, como dice mi sabia hermana: Los hombres no llevan tatuada en la frente la frase: “Soy un perfecto hijo de puta y te voy a joder la vida, no confíes en mí, porque soy un farsante resentido”. Nuestro primer instinto es confiar en quien nos ofrece su mejor rostro, sino no llegaríamos a tanto con nadie, si fuéramos por la vida desconfiando de todas las personas, no existirían las relaciones humanas y menos las de pareja. Un hombre machista, que lo único que quiere meterse entre tus piernas, miente descaradamente, aparenta ser quien no es, pretende y te hace creer que es “tu tipo”, que está de acuerdo en todo lo que decís, que son “almas gemelas”; y lleva tiempo y experiencia aprender a detectar las intenciones de este tipo de individuos.

El argumento más misógino que se lee es: “cómo la van a respetar si ni ella se respeta, una mujer decente no permitiría que la trataran así”, yo les pregunto ¿Qué es “decente” cuando se trata de sexo?, no son éstos mismos hombres los que dicen que una mujer parece una “vaca echada” cuando no es liberal y desinhibida a la hora de tener relaciones sexuales, ¿no son ustedes, hombres, los que se complacen y se ufanan de haber tenido excelentes amantes con gran experticia en asuntos de alcoba?... ¿ven la contradicción en sus “argumentos”?. El problema aquí es que para nuestra sociedad machista, todo está perfecto cuando se tiene una sexualidad abierta y liberada, siempre que sea controlada por los hombres… parafraseando a Virginia Lemus: “Para nuestra sociedad, todo está bien con la expresión sexual de las mujeres, excepto cuando son ellas quienes controlan esa sexualidad”, entonces, eso sí es considerado pecado, inmoral, indecente, ella es una puta… Les pregunto: ¿entonces él qué es?: es hombre, simplemente hombre y eso está bien en tu sistema de valores, porque te acomoda mejor, ¿verdad?, así evitás pensar que algo no está bien, porque vos sabés que no está bien, pero decidís ignorarlo. En términos sociológicos a esa aceptación y naturalización de la violencia en contra de la mujer se le conoce como: VIOLENCIA SIMBÓLICA, es ese tipo de manifestaciones aparentemente invisibles pero que están allí, naturalizar la violencia es aceptar que es válido agredir la dignidad de una persona, denigrarla y reducirla hasta la calidad de objeto por el simple hecho de ser mujer.

Dicho lo anterior, a ésta fémina se le ha lesionado su derecho a la intimidad y su dignidad como persona, porque ese video era parte del ámbito privado de la relación de pareja, no fue filmado con el objetivo de ser expuesto al escrutinio público, era una fantasía que ambos convinieron llevar a cabo bajo un acuerdo tácito de privacidad y él violó ese acuerdo. Nada hay de malo en complacer la sexualidad de la pareja con una fantasía de juego de roles, sobre todo si ese juego te parece excitante, siempre que vos consintás en él y no te sintás vulnerada en tu autonomía y tu dignidad a la hora de ejecutar ese rol, sea cual fuere. Cada pareja establece su grado de normalidad en la expresión de su sexualidad; la dignidad de una persona no está vinculada a si tiene o no relaciones sexuales o a su manera de llevarlas a cabo, ese no es aquí el objeto de discusión, acá el tema es la exposición pública de esa intimidad, llevada a cabo con toda premeditación, alevosía y ventaja, con el único objetivo de humillar a la víctima a modo de venganza por una supuesta infidelidad.


A título personal, espero que la víctima no desista de su demanda, como ya se ha visto en otras tantas ocasiones, por presión o vergüenza de la opinión pública; ojalá y llegue hasta las últimas instancias, de esa manera éste se convertiría en un caso emblemático y serviría como un aliciente  para que las víctimas de este tipo de delitos se atrevan a denunciar. Esperaría el acompañamiento de las organizaciones feministas, las opiniones de expertos en violencia de género y por supuesto, si se organizara una marcha de apoyo el día de la audiencia, esta servidora será la primera en acudir con su pancarta. 

SORORIDAD Y EL ESTIGMA DE LO MASCULINO


¿Cuántas veces escuchamos a una mujer referirse a otra en términos peyorativos?, nuestro subconsciente está programado para aceptar como válido el ultraje a la dignidad de otra mujer bajo ciertas circunstancias, no ponemos reparo en llamar “zorra” a aquella que ha tenido un romance con un hombre casado, “puta” a la que ha tenido varios compañeros sexuales, o “perra indecente” a la que exhibe su sexualidad libre prejuicios. La sociedad nos divide en cuatro arquetipos: La santa, la puta, la tonta y la virgen. 

Ustedes como yo, tienen una o varias amigas que habiendo sido víctimas de una infidelidad, no vacilan en arremeter en contra de aquella que le ha “robado” al marido, que lo "sonsacó" y se le "metió por los ojos"; "la muy zorra se le llegaba a meter a la oficina", se les oye decir. Les pregunto: ¿Este hombre no tiene voluntad propia para negarse ante las insinuaciones de otra mujer que no sea la suya?, la última vez que revisé, los hombres tenían libre albedrío. 

Sucede que como mujeres, experimentamos una respuesta casi automática que nos dice que si se tiene que elegir a un culpable, sin lugar a duda, es la mujer, nunca el hombre. Analicemos una circunstancia más fuerte: Cuando tenemos conocimiento sobre una violación sexual, cuya víctima es una mujer, las preguntas instintivas siempre son: ¿Qué hacía ella allí, cómo andaba vestida, tenía alguna relación sentimental con aquel que la violó, había bebido?, etc., eso es sexismo, ¿qué tienen que ver las circunstancias? ¿Acaso el estar vestida con una minifalda o un escote muy pronunciado es justificación para ser violada? ¿Acaso el hecho de que el violador sea la ex pareja o el amante de la víctima, le da derecho a agredirla sexualmente?. Muchas piensan inmediatamente que sí, que es una causal exculpatoria, pero ¿por qué?; la razón es simple: Porque la cultura machista en la que vivimos nos ha enseñado a vernos como enemigas y no como compañeras, porque así somos más fáciles de controlar; "Divide y vencerás". 

Culturalmente estamos predispuestas para competir entre nosotras, para confrontarnos, para agredirnos, para culparnos mutuamente por lo malo que nos pasa y en ese mismo contexto nos olvidamos de solidarizarnos. Si otra mujer es en alguna medida más atractiva que nosotras, como respuesta casi automática nos damos a la tarea de encontrar en ella algún defecto, algo que la degrade y opaque ese atributo que la diferencia del resto y en ese mismo proceso nos minimizamos y perdemos la propia autoestima, porque la idea de que otra mujer tenga algo que nosotras no, la convierte en nuestra rival. Es aquí donde se viene abajo aquel paradigma masculino que dice que las mujeres nos vestimos para agradar a los hombres… error; las mujeres aprendemos a vestirnos para competir con otras mujeres y demostrar superioridad; y lo hacemos de manera inconsciente, no nos damos cuenta y la única manera de despojarnos de esa hostilidad es entendiendo que no somos adversarias, somos hermanas. 

Como problema primordial nos encontramos ante el hecho innegable de que como sociedad y particularmente como mujeres, asociamos lo femenino con lo meramente estético, lo delicado, lo estilizado, lo "bonito" y nos obligamos a rivalizar entre nosotras para alcanzar ese ideal meticulosamente estructurado y culturalmente aceptable, pero ¿qué sucede cuando ese ideal nos es en alguna medida inalcanzable y nos vemos limitadas para equipararnos a ese estándar?, experimentamos un sentimiento de codicia, seguido por frustración y finalmente rechazo por aquello que a los ojos de los demás es lo que nosotros deberíamos ser. 

¿Cuántas veces en un ambiente de oficina o en la Universidad, se escucha decir de manera desdeñosa que una mujer ha llegado a cierta posición o ha pasado un curso haciendo uso de sus atributos físicos?. Ser "atractiva" es una suerte de condena automática, como mujeres nos olvidamos de vernos más allá del reflejo de lo femenino que la sociedad nos impone. 

Desde la perspectiva feminista se aprende que no toda mujer encaja en el estereotipo de la femineidad y no tiene por qué hacerlo, lo femenino va más allá de una figura bien torneada con medidas perfectas, ser mujer no es sinónimo de ser "bonita"; lo femenino implica una serie de cualidades diferenciadoras que determinan fortaleza, ímpetu, audacia, progresismo, revolución; todos esos agentes de cambio que nos ponen como mujeres a la cabeza de una organización o en el primer lugar de una clase, que nos dan la libertad de formar o no una familia, de tener o no tener hijos, de establecernos o viajar por el mundo, de entender que somos dadoras de vida, pero no somos un simple útero, que tenemos un par de tetas cuyo propósito no es sólo el de amamantar, sino también ser receptoras de sensualidad y erotización, que tenemos una vagina que es un incansable conducto de placer y que no se limita al simple designo de parir … Y teniendo tantas cosas en común, ¿por qué no podemos hacer una modificación de las relaciones entre mujeres?. 

La Sorodidad es precisamente eso, un hermanamiento, una solidaridad que nos ayude a desprendernos de esa competitividad aprendida y nos exhorta a vernos a través de los ojos de otras desde una perspectiva sana, donde podamos aprender de las experiencias de nuestras hermanas y transmitir las nuestras, de enseñar y ser enseñadas, desprendiéndonos del dominio de lo masculino que nos obliga a ser reproductoras de conductas que nos confrontan.

Debemos dejar atrás esas enemistades ancestrales y separadoras, rompamos el paradigma de la hostilidad y el odio, juntas somos una y esa una es invencible. 

LA SALIDA AL CHANTILLY


El año era 1994; mi edad: 17; estado civil: todo me vale verga; metas a corto y mediano plazo: joder hasta que el cuerpo aguante.

Yo soy muchacha de pueblo, nací en Santiago de María, un pueblito ubicado en el departamento de Usulután; y como toda niña de pueblo, al terminar mi bachillerato me mudé a la capital para estudiar en la Universidad. Mis papás me amueblaron una casa que quedaba en la Colonia Escalón Norte, era preciosa, pintada de color crema, con una sala de ventanales enormes al fondo, instalados de pared a pared que dejaban ver el patio trasero, contaba también con tres habitaciones y área de servicio… No, mis papás no eran ricos, la casa era de una tía que nos la alquilaba barata a cambio de darle mantenimiento.

Durante las primeras semanas mis papás se quedaron conmigo para dejarme bien instalada con todo lo necesario para empezar mi vida de estudiante universitaria, recorrimos todos los alrededores a pie, para que yo pudiera familiarizarme con mi nuevo “hábitat”, fuimos a tiendas, centros comerciales, supermercados, ubicamos paradas de autobuses… En fin, yo solo quería que se fueran a la chingada y me dejaran sola para poder ir a joder con todos mis amigos del pueblo que ya vivían aquí (así es uno de mal agradecido cuando está cipote).

Cuando finalmente se fueron y me dejaron a mis anchas y en completa libertad, me encontré totalmente sola en aquella casa enorme. Cabe destacar que yo siempre he sido bien cagona para estar sola y le tengo un pánico patológico a la oscuridad, pero por fortuna, mi mejor amiga de toda la vida: Julie, no tenía lugar donde quedarse y la invité a vivir conmigo, éramos absolutamente felices, las perfectas compañeras, nos conocíamos desde siempre y finalmente estábamos las dos solas, y así empezamos una vida de fiestas y llegadas a las 4 de la mañana sin más responsabilidades que la de asistir a clases, con la ocasional visita de mi mamá los fines de semana.

Cierto fin de semana, Julie y yo habíamos planeado una salida con un amigo al Chantilly, un chupadero que para ese entonces estaba muy de moda; pero para nuestra mala suerte, mi mamá nos hizo una visita inesperada y nos vimos en el predicamento de pedir permiso para salir o cancelar la salida… ambas circunstancias eran obstáculos difíciles de flanquear. Verán, mi mamá era una señora muy encabronada, de risa fácil y compasión infinita, pero cuando de educar con rigor a sus hijas se trataba, no andaba con tanta mierda y a sus ojos, la Julie estaba a su cuidado y la considera otra de sus hijas, de modo que empezamos a rogar por permiso desde tempranas horas de la tarde, pues conociendo a mi madre, para eso de las siete de la noche ya le habríamos ganado la voluntad a fuerza de súplicas y promesas de regresar temprano en estado decoroso (o sea, que no íbamos a regresar a verga y con los calzones en la mano).

Como lo tenía calculado, a eso de las 7:30 mi mamy había concedido el permiso y nosotras empezamos a arreglarnos para salir. A las 9:00 el mentado amigo estaba tocando el timbre, bien catrín y perfumado para llevarnos camino a la diversión; mi mamá abrió la puerta y lo invitó a pasar, lo sentó en la sala y le dijo: “Vaya Aldito, niñas salen y niñas las quiero de vuelta, lo responsabilizo por cualquier cosa que les pase a estas muchachitas, usted es el mayor de edad, no me decepcione”. El amigo, que cada vez que veía a mi mamá se le iban todas las malas intenciones, a todo respondió que sí y diez minutos después dejamos de la casa bajo su cuidado con la sentencia de ser castrado si no nos regresaba en el mismo estado en el que habíamos salido.

Arribamos al mentado chupadero, estaba lleno (como de costumbre), a duras penas encontramos un lugar donde sentarnos, una vez ubicados pedimos nuestro primer balde de cervezas… sin boca, al destapar la primera “Pilsener”, no sé a quién de los tres se le ocurrió la brillante idea de hacer una competencia para determinar quién aguantaba tomar más, y comenzamos a beber como si nuestras vidas dependieran de ello. Una tras otra nos fuimos poniendo pitoretos. La Julie, tras la quinta cerveza, tiró la toalla (ella siempre ha sabido bien cuáles son sus límites), yo ya estaba medio bola, pero como soy abusiva, le hice huevos y seguí tomando, para cuando iba en la octava, ya me sentía bien peda, me paré pata ir al baño y boté dos embaces en el intento a lo que la Julie replicó entre carcajadas: “Ya no le den”; y el amigo como es todo un caballero y me conoce, se fue detrás de mí… se metió al baño de mujeres conmigo y me preguntó: “¿Tenés ganas de vomitar, verdad?, no había terminado de hablar, cuando yo ya estaba echando la vida en el lava manos, muy amablemente me detuvo el pelo para que no me lo fuera a sopiar todo y esperó a que terminara, acto seguido me ofreció un pañuelo para limpiarme y me dijo: “Vero, vamos a dar una vuelta para que se te baje, porque si llegás así tu mamá se va a enojar conmigo” -el  hombre temía por su vida, seamos honestos-.

Salimos del Chantilly a duras penas… casi arrastradas, a como pudimos llegamos al carro y subimos hasta el redondel Masferrer, nos estacionamos para dejar pasar un rato mientras se nos bajaba la gran talega que llevábamos, habrán pasado unos treinta minutos cuando recordé: “¡Por la gran puta, la cartera!”, en la atropellada salida, había dejado sobre la mesa del bar, mi cartera, con las llaves de la casa dentro, eso significaba que íbamos a tener que tocar la puerta para entrar y en consecuencia, mi mamá iba a darse cuenta de que en definitiva, habíamos regresado en estado deplorable… adiós futuros permisos y sobretodo, adiós a los huevos de mi amigo. Apresuradamente bajamos al chupadero y preguntamos por la cartera, que obviamente ya no estaba y nadie la había visto. Empezamos a pensar qué podíamos hacer, eran ya la una de la madrugada y nuestro toque de queda era a las doce, no había salida posible.

Nos dirigimos a la casa, nos estacionamos enfrente y empezamos a pensar qué hacer… Pensamos, pensamos y pensamos tanto que nos quedamos dormidos en el carro, lo siguiente que recuerdo son unos toquecitos repetitivos, entre dormida y despierta abrí los ojos y vi a mi mamá parada, en camisón tocando la ventana del carro… era ya de día, habíamos dormido toda la noche en la calle. Al ver la cara de mi mamá, todos nos pusimos pálidos… Mi madre, mujer de mucha mesura, nos hizo un gesto con el dedo índice, como diciendo: “vengan para adentro”… El amigo dejó que nos bajáramos y encendió el motor del carro, un gesto al que mi madre respondió con un: “¿Y usted para dónde cree que va?, entre que vamos a platicar”… el amigo es morenito, pero yo nunca lo había visto tan blanco, parecía albino. Entramos a la casa, no sentamos en el sofá de la sala y mi madre empieza: “Ajá, con que ustedes muchachitas, creen que son absolutas, que pueden ir y venir a la hora que les dé la gana, estas no son horas de que ninguna niña decente regrese a su casa; y usted Aldo, que hasta este día había sido merecedor de toda mi confianza, ha traicionado la moral de esta casa, agradezca que sus papás son amigos queridos de nosotros… bla, bla, bla”… No es falta de respeto, es que a esa hora yo ya había dejado mi cuerpo, no escuchaba nada, tenía un dolor de cabeza hijueputa y solo quería dormir. Lo siguiente que recuerdo es escuchar: “Suban las dos, se bañan, se cambian y bajan que en esta casa hay mucho que hacer”; la Julie y yo sin mediar palabra, cual zombies domesticados, obedientemente subimos las gradas, nos bañamos, nos cambiamos y resignadas, bajamos, éramos dos bolas mojadas. Para ese momento ya el amigo había salido de la casa, no sé en qué terminó el regaño, me preocupaba más el castigo que nos esperaba, y efectivamente, mi dulce madre estaba parada al pie de las gradas con un balde de agua enjabonada, papel periódico y las siguientes instrucciones: “Ahora, ustedes dos van a agarrar ese papel, lo van a mojar y van a limpiar una por una esas ventanas” (hablaba de los preciosos ventanales de los que les hablé al principio, esos que daban al patio y que medían seis metros de largo por tres de alto, gran valida de verga), la Julie y yo solo nos mirábamos con cara de pujo, mientras se nos iba la juventud limpiando aquellas putas ventanas enormes, de arriba abajo, para dejarlas impecables, que era la manera en la que a mi mamá le gustaban las cosas.

Para las doce del mediodía habíamos acabado de limpiar y mi mamy tenía ya listas sus maletas para regresarse al pueblo, de más está decir que una vez se hubo cerrado la puerta detrás de ella, la Julie y yo subimos arrastradas hasta mi cuarto, llegamos a la cama y caímos dormidas hasta el día siguiente.


Así eran las cosas en mis tiempos, uno se portaba bien y si no, valía verga a base de tortura psicológica. 

Los mangos de Lolotique y de la vez que casi me cago en el bus.


Desde que yo era muy peque, he tenido un gusto casi enfermizo por los mangos; digo enfermizo sin exagerar, porque no había nada en el mundo que yo deseara tanto, como ver llegar la temporada de mangos. 

Esto sucedía en mi pueblo y en todo oriente, en el mes de abril. Cada año, al llegar la Semana Santa, mi papá y mi mamá nos llevaban a Chinameca a pasar las festividades con los abuelos, y yo jodía y jodía con que me llevaran donde mi abuelita Mercedes; no porque tuviera un lazo especial con mi abuela, sino porque en el patio de su casa había un enorme palo de mangos de oro, de esos que son rojos y cholotones, tan grandes como para dejar nockeado al comensal más panzón. 

Yo recogía los que ya se habían caído del palo y estaban regados en el piso y así todos reventados y sin lavarlos me los iba comiendo, dejando un rastro de cáscaras detrás de mí. Nunca llegué a contar cuántos me comía por vez, pero calculo que entre unos siete o diez. Mi mamá siempre me sentenciaba: “Te va a doler el estómago, mona”, pero jamás pasó, así que en la familia siempre he sido "la come mangos".

Con el correr de los años, mi gusto por los mangos no cambió, pero en la casa de mi abuela cortaron el palo y me quedé triste sin mi mangueada anual, de modo que cuando mi primo Noelio me invitó a su natal Lolotique a degustar de la variedad de mangos que están allí tirados y colgados de los palos a la disposición de cualquiera, no dudé en aceptar.

Le pedí prestada a una amiga, una mochila “Alpina”, de esas que son para acampar; calculé que bien le cabían unos treinta mangos, y me fui felizmente para Lolotique. La familia me recibió con mucho entusiasmo, me ofrecieron un pescado asado a las brasas, arróz hecho en cacerola de barro, ensalada de pepino y tortillas recién palmiadas acompañadas de un terrón de queso con chile; disfruté de aquella comida con calor de hogar, pero en mi mente yo sólo pensaba: “Puta, a qué horas vamos a ir a bajar mangos...”.

Después de la comida, finalmente mi primo me dijo: “Vamos pues, Vero, de aquí para arriba en todas las casas hay palos de mango, te vas a dar gusto”. Agarramos un gran huacal que estaba ya listo para ese propósito y nos fuimos al primer solar… Já! y yo ni lenta ni perezosa empiezo a recoger y mango que iba recogiendo, le sacudía a la tierra y me lo hartaba así con todo y cáscara pa no perder la costumbre. Habían mangos manzanos, indios, de alcanfor, de oro, ciruela, etc., pero en materia de mangos yo no discrimino. Mi primo me decía: “Vero, te va a dar curso, no te los hartés así sin lavarlos”, pero yo que soy abusiva y recia, le respondía: “A mí no me dan curso los mangos”.

Topamos de mangos la mochila, al final pudimos meter 52 de todas las variedades, pero calculé que no me la iba a poder yo solita en el lomo hasta la parada, que bien eran unas diez cuadras, así que mi primo me acompañó a esperar el bus de regreso a mi pueblo. Subimos las mochila en la parte de adelante del bus porque iba bien topado de gente, eran ya pasadas las 5 y a esa hora va uno casi colgado de la puerta; le pedí al motorista que me cuidara la carga porque llevaba mangos y no quería que me los destriparan, el hombre bien sonriente me dijo que sí, pero que le regalara unos… No me gustó mucho la idea, pero acepté con tal de que no me los fueran a atortar. 

Me acomodé como pude entre la multitud que ya iba apretujada de pie y me resigné al trayecto de 45 minutos parada, que me iba a tomar llegar a mi destino. El bus emprendió la marcha, habrán pasado un máximo de dos minutos de trayecto, cuando de repente sentí un dolorcito a la altura del ombligo… -uno conoce su cuerpo y yo sabía que aquello no eran buenas noticias-, lo primero que hice fue pensar: ¡Santo Cristo, que no sea curso, Señor no me falles ahora!... de repente, otro más fuerte; y empieza aquella lucha interna: ¡Mierda, me voy a tener que bajar en San Buena y allí no hay ni matorrales y ni papel ando, y la mochila puta que pesa un vergo, no me la voy a poder... tal vez se me quita! (el autoengaño siempre es un buen recurso en momentos desesperados). 

El cuerpo me dio descanso como unos cinco minutos, y de repente, la gran tronazón de tripas: ¡Padre Celestial, ampárame señor, apiádate de ésta alma impía… mangos culeros, no me vuelvo a hartar un mango en mi puta vida, lo juro!. Yo veía aquel camino y contaba todos los parajes, las entradas a los cantones, la granja de pollos llegando al Triunfo, y faltaba un chingo porque en el desvío el bus hace una parada de cinco minutos para bajar y subir pasajeros… y eso si el motorista o el cobrador no se andaban cagando también, entonces iban a ser no menos de quince minutos y yo calculaba que no me iba a aguantar, porque a esas alturas, cada minuto contaba. 

Por suerte, la parada no fue tan prolongada y nuevamente emprendimos la marcha, yo agradecía a Dios por su infinita misericordia y esperaba que mi conocimiento pleno de la carretera hiciera parecer aquel tramo más corto… pero no, al llegar al primer cantón me empecé a poner eriza… -Todo aquel que haya padecido de estos males sabe que eso sólo es la anticipación de que algo tiene que salir-. Entre súplicas, rezos y maldiciones, me aterraba la idea de cagarme en medio de toda esa gente, porque eran todos de mi pueblo y esa iba a ser buya y a esos cabrones nada se les olvida, iba a quedar marcada de por vida, mi prestigio estaba arruinado y todo por los putos mangos. 

Llegando al cantón La Peña, mis esperanzas se avivaron, ya faltaba poco… cuando de repente empiezo a ponerme helada… solo pensé: “Hoy sí ya me cagué, valiste verga Vero, vas a ser recordada como la bicha que se cagó en el bus”. Nunca he apretado el esfínter con tanta devoción como ese día, si socaba un poquito más me iba a volver una con el universo, y todavía faltaba la prueba más grande: La gran cuesta hijeputa para llegar a mi casa, como dos cuadras de bajada y una de subida y las gradas del pasaje y esperar a que me abrieran la puerta… calculé que en todo eso me había zurrado hasta los calcetines, así que el plan era correr como si no hubiera un mañana y esperar que la mochila no me hiciera contrapeso y me ganara la urgencia… y así lo hice, al solo parar el bus la aventé cinco mangos al motorista y ni las gracias le dí, me “alcé” la mochila al lomo y salí escupida para abajo hecha una mierda (casi literalmente)… Dios es grande, la puerta de la casa estaba abierta y yo entré en estampida, aventé la mochila en la sala y me metí al baño… Esa pequeña parte de mi vida, se llama felicidad. 

Desde ese día, no me he vuelto a hartar un mango chuco, siempre los lavo y ya no me como la cáscara, pero aún más importante: Siempre que me voy a dar una mangueada, me aseguro de estar en la santidad de mi hogar para que no me vuelva a pasar. 

Mi recomendación final, es que si les gustan los mangos tanto como a mí, no se aloquen, miren que a uno con los años ya no le obedece mucho el cuerpo.

¿CUÁNDO FUE LA PRIMERA VEZ QUE TE ACOSARON?

La primera vez que me acosaron tenía yo 4 años, recuerdo que tenía esa edad porque mi hermana no había nacido aún, pero yo ya sabía and...