RELATO ERÓTICO #3: LILIANA.


Ernesto y yo nos conocíamos desde niños, fue el primero que me tocó las tetas, habíamos sido esa clase de novios que se manosean con la ingenuidad de no saber exactamente lo que están haciendo. Eran tiempos más inocentes y al descubrir de la mano nuestra sexualidad quedamos para siempre en el recuerdo del otro; pero uno crece y la vida encuentra la manera de poner distancia. Con el tiempo dejamos de vernos, incluso de hablarnos, para cuando cumplió los 15 se mudó y no volví a saber de él.

Pasaron los años y pasó la vida y un día de casualidades, me encontré por la calle con uno de sus hermanos y aproveché la oportunidad para preguntar por él y de paso pedir su número para contactarlo. Esa misma tarde le llamé. No reconocí su voz, la última vez que lo escuché hablar él tenía 14 y de alguna manera yo tenía registrado en mi memoria ese tono chillón que define en los varones la llegada de la adolescencia. Me sentí estúpida cuando después de su “Hola”, yo pregunté: “¿No sabes quién te habla?”, obviamente respondió que no. Traté de reparar el daño y me identifiqué: “Soy Vero”.

Cuando tuvo certeza de quién le llamaba, su tono de voz se volvió efusivo, nos saludamos como viejos amigos y acordamos salir a tomar un café. Ese día nos volvimos amantes. Desde el primer momento compartimos una franca complicidad, siempre estábamos abiertos a experimentar cosas y un día se nos ocurrió invitar a alguien más a acompañarnos en la cama. Tomó ventaja de mi bisexualidad para proponerme a una de sus amigas, no tuvimos que pensarlo mucho, él conocía a la indicada.

Se llamaba Liliana, hablé con ella un par de veces e intercambiamos fotografías antes de conocernos. Hasta donde yo podía ver, tenía un cuerpo precioso y eso sirvió para alimentar la fantasía. Acordamos pasar un sábado los tres juntos en la casa de campo donde Ernesto y yo nos veíamos, fuimos por ella a las 9 de la mañana, no esperaba de pie a la orilla de la calle, vestía unos jeans negros, una blusa blanca y zapatos deportivos. Era hermosa, de cabello largo y oscuro con mechas doradas, labios carnosos y ojos cafés enormes y rasgados, menuda, morena y de voz suave y pausada, cuando sonreía se podía ver uno de sus colmillos asomándose graciosamente en el contorno de sus labios.

Cuando llegamos a la casa era evidente que estaba nerviosa, era su primera vez con otra mujer y su incomodidad era evidente. La tomé de la mano y la llevé escaleras arriba hasta la habitación principal donde estaba la cama grande, Ernesto nos siguió, más que excitado, preocupado por la dinámica entre nosotras dos. Una vez estuvimos sentadas en la cama, me acerqué para besarla, le acaricié el rostro y su piel estaba fría pero era claro que estaba dispuesta, correspondió mi beso  apasionadamente y su mano derecha se deslizó hacia mi cintura, pude sentir como temblaba pero eso no la detuvo, se apretó contra mi pecho y nos fundimos en un abrazo.

Con impaciencia pero con esa delicadeza que caracteriza el sexo entre mujeres, empezamos a desvestirnos mutuamente. Primero la blusa y luego el sostén dejando al descubierto nuestros senos de pezones oscuros, nos despojamos del resto de la ropa recostadas en la cama, repartiéndonos besos por todo el cuerpo, tocándonos, descubriéndonos, para cuando terminamos de desnudarnos nos mirábamos con tantas ganas que nos olvidamos de Ernesto que impávido nos observaba al pie de la cama con una erección debajo de sus pantalones.

Liliana tenía unos pechos perfectamente redondos, como dos naranjas coronadas con un besito de chocolate, le acaricié los pezones suavemente con la yema de los dedos y empecé a lamerlos como quien degusta su helado favorito, me detuve un segundo para observarla y noté que tenía la respiración agitada pero observaba con morbosa curiosidad como yo me deslizaba hacia su vientre, hacia su pubis, hacia su sexo. Abrí sus piernas para dejar al descubierto un monte de venus perfectamente depilado, su clítoris rosa se asomaba apetitoso y altivo en la parte superior de sus labios menores, esperando, listo para ser devorado.

Posé la punta de mi lengua sobre su pequeño botón rosa y con movimientos cadenciosos me propuse ofrecerle todas las delicias que mi bien entrenada boca podía procurarle, me bebí con hambre los fluidos tibios que manaron de su vagina. Complacida escuchaba sus gemidos, percibía el ritmo vertiginoso de sus caderas, impaciente, eufórica. Disfrutaba la tensión de sus piernas sobre mis hombros, pude sentir los espasmos que anuncian la llegada del clímax y cuando estuvo plenamente satisfecha, le besé los muslos, el vientre, las caderas, la cintura, apreté sus senos, lamí su cuello, me embriagué de su perfume, saboreé sus labios, nos volvimos una, nos abrazamos, nos besamos, nos enrollamos una a la otra, rozamos los senos entre gestos de lujuria y cuando finalmente terminamos de explorarnos, invitamos a Ernesto a acompañarnos en la cama… Pero esa es otra historia.

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