EL ABORTO EN EL PAÍS QUE ODIA A LAS MUJERES


Una estudiante tuvo un presunto aborto en un Centro Escolar, se encontró el bebé de seis meses de gestación aún con vida en el baño de niñas, pero falleció minutos después. Se ignoran los pormenores del acontecimiento, los medios escritos en redes sociales, especulan sobre la naturaleza del hallazgo, algunos dicen que fue encontrado en el tanque del inodoro, otros dicen que en la taza del mismo. Aborto natural o provocado, no se sabe, lo que sí se sabe con toda certeza es que la menor ha sido ya detenida, acusada de homicidio. Así, sin más, esa es la ley.

La condena pública no se ha hecho esperar. En los comentarios de las diferentes publicaciones que detallan la noticia, se lee: “!Putiyas!, ¿por qué no cierran las patas?”, “Bichas putas, ¿por qué no usan condón?, “!Asesina!, que le den  la pena de muerte”. Y así por el estilo, a cual más condenatorio, sin esperar el dictamen pericial o el informe policial que determina las causas, sin escuchar razones, es automáticamente culpable. Porque en mi país, las mujeres son automáticamente culpables de todo lo que se les acusa, son malas porque sí y de resultar absueltas, el estigma social las persigue de por vida, ante la mirada pública son unas eternas culpables.

Esta noticia me ha hecho recordar un episodio particular que tuvo lugar durante mi embarazo y se los comparto a continuación:

En ese período, sufrí dos amenazas de aborto, una de ellas, la más grave, fue en el cuarto mes de gestación. El sangrado era tan profuso que para poder salvar la vida de mi hijo, fue necesario ingresarme de emergencia en el Hospital Zacamil. En la habitación que me asignaron para reposar, se encontraban ya otras tres mujeres, una de ellas de más o menos treinta años que aún estaba embarazada y dos más, ambas unas niñas de más o menos dieciséis años – cuando mucho – que habían tenido abortos y estaban recuperándose del procedimiento de legrado.  

Dado que las circunstancias por las que nos encontrábamos allí, eran similares, intercambiamos experiencias. La mayor, era una señora casada y tenía ya un bebé de dos años, éste era su segundo embarazo y padecía preeclampsia, su caso era como el de muchas mujeres que atraviesan una gestación de alto riesgo. Las otras dos, eran muchachas muy humildes que residían el área rural a las afueras de San Salvador, ambas me narraron sus historias y debo apuntar que esos dos testimonios desgarradores, son quizás los que determinaron mi activismo en favor de los derechos de las mujeres.
 
La primera, me contó que desde hacía dos años tenía un noviazgo con un hombre casado de 42 años, él era su maestro en la escuela donde ella cursaba el noveno grado. Si las matemáticas no me fallan, ella contaba con sólo catorce años cuando la relación inició. Me dijo que en un principio no se sentía atraída por él, pero que siempre que terminaban las clases, él le pedía que se quedara sacudiendo los borradores y arreglando los pupitres. Me narró cómo su profesor cerraba la puerta del salón y la arrinconaba para besarla y manosearla; me confesó que al principio sentía miedo, pero que con el tiempo fue cediendo, más por cansancio que por ganas y finalmente la había convencido de tener relaciones sexuales.

“Es amable conmigo”, me explicaba, bajando la mirada, como si tratara de convencerse a sí misma. “Me da para los cuadernos y para que compre en el recreo, me compra lociones y blumers, porque en mi casa no me dan pisto para que lleve a la escuela, nosotros somos pobres”. Esas fueron exactamente sus palabras. “Esta es la segunda vez que salgo embarazada”, continuó diciendo con tono de vergüenza… “pero él me da pastillas para que se me venga el niño”. ¿Por qué no usa condón?, le pregunté; “porque dice que no le gusta porque no se siente lo mismo”, me respondió tímidamente.

Se me hizo un nudo en la garganta, sentí repulsión, no podía dar crédito a lo que escuchaban mis oídos. Quería decirle que eso estaba mal y que debía denunciar, pero casi de inmediato la otra niña empezó a hablar: “A mí me agarró el muchacho con el que vivo cuando venía de la escuela, me tiró al suelo y allí en un matorral me desvirgó, lloré bastante porque me dolió y me rompió todo el uniforme, entonces me dijo que así en la casa ya no me iban a querer mis papás y que mejor me fuera con él. Yo me quiero regresar donde mi mamy porque él me pega, pero no me deja que me vaya, me dice que me va a matar. Una vez fui a la unidad de salud a traer pastillas para planificar, pero cuando me las encontró las tiró al fuego porque dice que para andar de puta las quiero, pero no es por eso, es que no se me pegan los niños, con este ya son cuatro que se me vienen”.

En ese entonces, yo tenía veinte años, esas realidades me resultaban ajenas y no podía hacer mucho más allá de indignarme; me tomó años entender que todas las mujeres sufrimos una cuota de violencia, pero unas más que otras. Por eso me enfurece la condena de quienes permanecen indiferentes ante los abusos pero son prestos a juzgar, no les importan los motivos, no les interesan las razones, quieren ver correr sangre y si es la de una mujer, todavía mejor. Cuando las violan, es su culpa, cuando las matan es porque ellas no se fijan con quien se meten, cuando las golpean es porque les gusta, cuando las embarazan es por calientes y cuando abortan es porque son malas mujeres, perras desalmadas que no merecen compasión… Cuanta hipocresía.  

¿Alguno de los que me lee, se ha detenido una sola vez en su vida a preguntarse el tipo de vida que tienen estas muchachas?, ¿cómo se embarazan?, ¿cómo terminan vinculadas a un maltratador?, ¿por qué ocultan sus vientres abultados debajo del uniforme escolar?. Supongo que muy pocos, porque juzgar es más sencillo, es cómodo y conveniente… bendita ignorancia, bendita indiferencia.

El Estado no les proporciona una adecuada educación en salud sexual y reproductiva, en las Unidades de Salud, muchas veces les niegan los anticonceptivos si no llegan acompañadas de sus padres, las iglesias satanizan la sexualidad y el uso de contracepción, sus familias las rechazan y la sociedad las condena. En definitiva, están solas, estigmatizadas y por siempre culpables de aquello de lo que no son las únicas responsables, así son las cosas en el país que odia a las mujeres.




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