UN TAL DOCTOR
Conocí una vez a un caballero,
alto, guapo, empresario y Doctor, sí un médico muy galante él, muy inteligente,
culto, soltero y emprendedor, todo un galán. Empezamos a comunicarnos por chat,
en plan amigos. Tenía mucho tema de conversación el tipo, había viajado mucho y
conocía casi todas las latitudes de américa, de punta a punta, era de esos
sujetos que uno puede llamar “cosmopolitas”.
Vivía en el interior del país,
tenía su clínica en una cabecera departamental y viajaba a San Salvador a hacer
un diplomado. Una vez entre charla y charla, me dijo que tenía que venir a
tramitar unos documentos de naturaleza legal y me preguntó si yo podía
recomendarle un notario eficiente que pudiera facilitarte las diligencias. Por
supuesto que me ofrecí a hacerle los documentos a un costo simbólico en aras de
la amistad que habíamos empezado.
Y así quedamos, un sábado por la
mañana nos encontraríamos en la oficina de una amiga, con la que yo trabajaba
los asuntos notariales. Se llegó el día y tal como lo acordamos, nos
encontramos para elaborar los documentos; era una cosa bastante sencilla que me
tomó menos de una hora. Una vez hube terminado, los revisamos y después de
corroborar que todo estaba según sus instrucciones, me preguntó el monto de mis
honorarios.
Tienen que saber que yo no les
cobro a mis amigos por mi trabajo a menos que los trámites impliquen aranceles,
pero este no era el caso, así que le dije que no era nada, que me debía una
consulta. Muy agradecido el tipo me dijo que me invitaba a almorzar y por
supuesto que dije que sí, lo dejé escoger el lugar pues no me gusta ser
impositiva cuando me están invitando; uno no sabe de cuánto es el presupuesto
del otro.
Fuimos un restaurante
especializado en mariscos que queda en la Zona Rosa, ordenamos camarones a la
plancha y de entrada una sopa de almejas con dos micheladas. Hasta allí, todo
bien, hablamos, comimos delicioso y en términos generales la pasamos bien. Cuando
terminamos la comida, nos quedamos a razón de media hora más conversando, hasta
que llegó la hora en la que él tenía que regresarse… y es aquí donde empieza lo
bonito.
Pedimos la cuenta, unos minutos
después llegó el mesero con la factura y acto seguido, el tal Doctor se dispuso
a sacar de su maletín, no su billetera, nooooo; sino una carterita monedero de
esas que las señoras se esconden en el sostén, con un estampado de Hello Kitty,
hurgó en ella y sacó cinco monedas de a dólar y me dijo: “Eso es todo lo que
ando”…. Ajá, así: “Eso es todo lo que ando”.
No existe una palabra que defina
la expresión de mi rostro en ese momento, me atrevo a decir que el mesero tuvo
miedo de mi reacción, porque dio dos pasos atrás… Mi primer pensamiento fue:
Hijo de mil putas, mal parido, mantenido de mierda, vividor, gañán, si no tenés
hijos, ni mujer, ni deudas, ni perro que te ladre, gran cerote, ganás dos
salarios y tenés una clínica y no te he cobrado los cien dólares de los
documentos grandísimo come mierda, ojalá te hubieras muerto de una mala pacha,
hijo de puta, ¿con qué me pensabas pagar, gran pendejo, ah?.
Eso pensé, pero no lo dije,
contrario a lo que podría esperarse, soy muy sobria cuando se trata de salvar
mi dignidad. Tomé la factura, busqué mi cartera, saqué la billetera, le
entregué mi tarjeta y un documento al mesero y esperé en silencio a que regresara,
cuando finalmente me llevó el voucher para firmarlo, lo miré y le dije: “Allí
le quedan esos cinco dólares de propina, gracias por la atención”. Me paré y
salí del restaurante sin mediar palabra con el tal Doctor.
Toda esa semana no recibí ni un
solo mensaje del fulano Doctor, pero quince días después me llamó por teléfono y
me dijo: “Voy a ir de nuevo a San Salvador, tal vez tenés tiempo para que nos
veamos, quisiera disculparme por la otra vez y llevarte a comer”, entonces en
tono muy amable le dije: “No, hijo, prefiero quedarme en la oficina comiéndome
un pan con frijoles, yo no mantengo vividores”, y le colgué. Esa fue la última vez
que supe del tal Doctor.
Dos cosas aprendí de esa
experiencia: 1) Jamás confiar en ningún pendejo porque tiene un título, así sea
nobiliario, y 2) Siempre cobrar por mi trabajo. Fin.
lo refrito siempre es bueno, aqui leyendo de nuevo
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