DE POR QUÉ NUNCA ME ESCAPÉ CON UN MUCHACHO Y OTRA TRAVESURA.


Nunca se me pasó la cabeza escaparme con un novio, en mi casa no sólo tuve amor y sustento, también tuve compresión, empatía, confianza y libertad. ¿Para qué iba a escapar de una vida tan maravillosa donde lo tenía todo?. Tal vez fue porque en mis tiempos no estábamos expuestos a los depredadores como las jóvenes de hoy en día y la vida era más simple y con menos riesgos.

Si de noviazgos hablamos, mi papá y mi mamá siempre me permitieron tener novio una vez entré en la adolescencia, sus únicas condiciones eran que fuera una relación formal y que el sujeto en cuestión estuviera en un rango de edad igual al mío. Desde mi primera menstruación me hablaron claro sobre los riesgos de las enfermedades de transmisión sexual, contracepción y embarazos no deseados. Tan claro me hablaron que no tuve intenciones de tener relaciones sexuales hasta que cumplí la mayoría de edad y ya vivía sola.

Así, cada pretendiente se apersonó a mi casa para hablar de frente con ambos, explicarles sus intenciones y solicitar su permiso para visitarme. Mi primer novio formal, incluso llevó con él a su papá, para que el compromiso se entendiera como algo serio, esto abrió paso a otra condición: que la familia de mi novio estuviera al tanto de la relación, para evitar que me hicieran algún desprecio. Nunca negaron un permiso, mi mamá decía que un hombre que no tiene buenas intenciones no da la cara y siendo un adolescente también se necesita mucho valor y mucho interés para dar ese paso. Ese es un criterio que he aplicado toda mi vida porque es verdad, un hombre correcto no se esconde, ni te esconde. A ustedes les parecerá anticuado e incluso patriarcal, pero para ese entonces yo tenía 14 y la medida funcionaba de maravilla si hablamos de dar confianza y evitar que nos escondiéramos. Mis progenitores, siendo maestros eran muy conscientes de que si un(a) adolescente quiere tener novio o novia, lo tendrá con o sin permiso.

Recuerdo que la única vez que me escapé, no fue para salir con un muchacho, fue para ir con mis compañeros a ver un partido de basquetbol en los intramuros del colegio católico que quedaba a las afueras del pueblo. Me salí por la ventana pequeña de una puerta de madera que daba a la calle desde nuestro salón, les abrí desde afuera a mis compañeros y todos salimos corriendo despavoridos por la calle, éramos una turba adolescente camino a la libertad. Ese fue un gran día.

Por supuesto, nos castigaron en el colegio al siguiente día, y yo me llevé la peor parte cuando llegué a mi casa la tarde de los hechos. Mi mamá me esperaba en la sala de la casa sentada en el sofá con un cinturón colgado del respaldo. Recuerdo que llegué en compañía del hermano de una amiga que para ese tiempo me pretendía, yo esperaba que su presencia le diera un poco de formalidad a mi travesura y mi mamá perdiera el ímpetu para el castigo, pero no fue así. 

Mi madre estaba colérica, pero no perdió los buenos modales, saludó a Rommel con cortesía y le dijo: Gracias por traerla. Acto seguido le cerró la puerta en las narices, se dio la vuelta hacia mí, me miró con los ojos endemoniados, tomó el cinturón y me puso dos cinchazos en las pantorrillas y luego habló: "Mañana se va para el colegio con calcetines cortos para que todos vean que la castigué y le de vergüenza. Usted goza de toda nuestra confianza y no tiene necesidad de andar escapándose a ningún lado, entienda que cuando se le dice que no, no es porque seamos malos, es porque sabemos lo que es mejor para usted". No estoy de acuerdo con los castigos corporales y mis padres tampoco lo estaban, pero ese día a mis 15 años, sabía que ella tenía razón, no había motivos para decir mentiras o desobedecer, así que pagué mi condena mostrando las marcas del castigo al siguiente día en el colegio, además del plantón que nos impuso la Directora a todos por la desobediencia.

La nota jocosa de ese día, estuvo a cargo de Alexis, nuestro compañero de silla de ruedas que al ser increpado por la Subdirectora sobre la fuga, le respondió muy seguro: "Profe, yo no fui, a mí me llevaron" jajajajajajaja, fue gracioso porque sí, lo llevamos, pero él era el que más desorden hacía y el que encabezaba la pelotilla de adolescente rumbo a la anarquía estudiantil en su silla de ruedas.

En mi casa nunca me restringieron mis libertades, yo podía hacer lo que quisiera dentro del orden de lo lícito, siempre que ellos estuvieran al tanto, era tanta la confianza que le tenía a ambos que cuando intentaba decirles una mentira me sentía terriblemente mal y ya no podía, y cuando no me ganaba la culpa, me descubrían casi de inmediato y tenía que decir la verdad. Creo que es una buena fórmula que traté de aplicar en mi relación con mi hijo, supongo que también funcionó porque de adolescente nunca me dio problemas y se convirtió en un adulto responsable y muy honesto. No me gusta aconsejar sobre cómo criar a los hijos, pero en mi experiencia la confianza es fundamental, que tus hijos no tengan miedo de decirte la verdad por muy malo que sea lo que hayan hecho, que sepan que sin importar la gravedad de algo, siempre los vas a amar y vas a estar allí para ellos, que te respeten, no que te tengan miedo.

Mi papá y mi mamá no fueron perfectos, cometieron errores, como los cometen todos, como los he cometido yo, como seguro los cometen o cometerán ustedes con sus hijos e hijas, pero fueron excelentes en su crianza, me enseñaron a ser independiente y responsable, aun así tuve mis tropiezos, pero cuando los tuve estuvieron allí para mí, jamás me dejaron sola a mi suerte y por ello les estoy agradecida y los amo. Gracias papy, gracias mamy. 

PD: La fotografía que acompaña ésta entrada es de mi grupo de compañeros de bachillerato a quienes recuerdo con mucho cariño. 

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