A MÍ TAMBIÉN ME HAN DEJADO EN VISTO


Verán, en mis tiempos no existían los smartphones, cuando te atraía alguien ibas y se lo decías o por lo menos intentabas llamar su atención de maneras “sutiles”… (La gente normal, yo no, yo al toro por los cuernos y a las cosas por su nombre), así pues, el “visto” de mi generación era que no te pelaran. 

Siempre he sido de costumbres otrora masculinas, encontraba cierto gusto en la dinámica de la conquista, ir por aquel individuo que me gustaba, a riesgo de que no me prestara atención. Dicho sea de paso, soy de gustos exquisitos y estándares altos, razón por la cual hubo más de una ocasión en la que mis estrategias no rindieron los frutos esperados y me vi en la penosa situación de ser rechazada o peor aún: ignorada.

Recuerdo particularmente una ocasión, pues me sentía realmente atraída a este espécimen, corrían los 90`s, la época del grunge, las franelas amarradas a la cintura, los jeans rotos, las melenas despeinadas y Kurt Cobain. En ese entonces era yo una flaquita extrovertida estudiante de periodismo en la UCA; en el ciclo I de mi primer año como universitaria, inscribí la cátedra de Filosofía General, estaba entusiasmada más que por ser universitaria, porque finalmente me encontraba lejos del yugo paterno y vivía sola en mi propio apartamento cortesía de mi pobres e ingenuos padres que esperaban sensatez y recato de mi parte, como quien espera que el olmo de peras. El primer día de clases llegué tarde (como de costumbre), entré como tempestad en un mar de calma a la Magna V, y me senté lo más cerca de la ventana para poder fumar durante la clase (en esa época en la UCA se permitía fumar a los estudiantes y docentes en las aulas, siempre que te sentaras del lado de las ventanas); cuando finalmente me acomodé en el pupitre, sentí un toque en mi hombro, volví la mirada y era “él”, extendiéndome un hoja de papel bond tamaño carta para que tomara una evaluación de exploración de conocimientos previos a la cátedra… lo vi y quedé anonadada, estupefacta y casi catatónica… Pensé para mis adentros: PAPACITO… ¡Mierda, por qué putas me vine en guaraches y con este centro que tiene tres puestas!, acto seguido tomé la página y la coloqué encima del pupitre, me quité la franela a cuadros que llevaba de sobretodo para cubrirme del frío de la mañana y me solté el pelo que llevaba sujeto con una cola de chibolones… ¡Uta, parezco piruja, pensé…! Ya era tarde, el hermoso instructor de la cátedra de Filosofía General estaba ya repartiendo las últimas papeletas a los alumnos que se sentaban en las filas de adelante.

Marcel se llamaba… era un moreno corpulento de estatura media, con un rostro precioso y cabello largo atado con una coleta. Al terminar la clase me dispuse a hacer las averiguaciones pertinentes con otras compañeras de años más adelantados, pude indagar que era estudiante de segundo año, muy inteligente y escribía poesía con el seudónimo de “Caín”, esa información sólo aumentó mi interés, no sólo era hermoso, también era un intelectual (nunca me han gustado los pendejos). Durante las siguientes semanas, procuré aproximarme con cualquier pretexto, iba a su cubículo a llevar la tarea que entregaba siempre tarde a propósito, sólo por el placer de quedarme sola un rato con él… pero fue imposible, antes de que yo llegara ya habían tres o cuatro compañeras utilizando la misma estrategia, así pasó todo el ciclo y el hombre ni siquiera me miraba; recuerdo una última ocasión en la que finalmente pude quedarme a solas con él para la revisión de mi último trabajo de curso, su indiferencia fue tal que decidí dejar de albergar esperanzas de que un día se fijara en mí y me conformé con contemplarlo de lejos.

Dos años más tarde cuando ya había superado mi etapa grunge y estaba en mi fase Hippie, lo vi en un bar que frecuentábamos con mis amigos,  estaba sentado en una mesa departiendo con unos amigos que esa noche tenían un recital de poesía en ese lugar… Seguía siendo hermoso como yo lo recordaba, sin embargo no creí que fuera prudente pasar a saludarlo, pensé que seguramente no me iba a recordar… Y efectivamente, no me recordaba, como pude comprobar una hora más tarde cuando pasé por su mesa de camino al baño, -debo aclarar que ese día llevaba yo puesta una falda gitana larga hasta los tobillos con corte tronconero que dejaba ver mi cintura y el arito en forma de iguana que colgaba de mi ombligo recientemente perforado-, al regresar del baño me cortó el paso, se paró frente a mí y me dijo con voz muy grave y segura: “Me dejás tocar tu arito, tenés una cintura preciosa”… Seamos honestos, le importaba una mierda mi arito, lo que él quería era “cueviarme”, pero yo también quería que me “cueviara” y claaaaaro que lo dejé tocarme el arito y la cintura y el ombligo y todo lo que le dio la gana, jajajaja faltaba más, sobraba menos. Luego de “trastearme” todo lo que el pudor de estar en público le permitió, me dio las gracias y se disculpó por el atrevimiento y me preguntó que para qué bar iría después de allí, le dije que no lo sabía, pero que si me iba antes que él, a la salida le avisaba. Esa fue la última vez que vi a Marcel, el único hombre que vale la pena menciona que me dejó en “visto” y que años más tarde me recompensara con el buen sabor de boca de la reivindicación, aún lo recuerdo, no sé qué fue de él, pero le dedico este post. 

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